ETAPA MARATÓN 2025


(English below)
Texto: Ayoze Álvarez
Traducción: Elvira Avilés
Fotografía: Jota Alemán

fotos 2025

Hay un instante inasible que se cruza como un rayo en medio del camino de la Etapa Maratón. No se les aparece a todos los participantes a la vez, pero los que lo conocen saben que durante unos segundos te aturde, te sacude y te sitúa en la certeza más absoluta de que estás justo en el lugar correcto. Y hay 545 kilómetros durante dos días de etapa para que se te aparezca.

Parece que fue en otra vida cuando, ayer, los ya quejumbrosos Land Rover abandonaban el campamento en las inmediaciones de Boubnib. Esa primera cabalgada rápida por un plateau cubierto por un manto de piedrecitas que escupen los tacos no ofrece, por el momento, problemas de navegación. Los motores más potentes rugen jaleados por las marchas más largas. Paralelos, unos junto a otros, jinetes salvajes en la primera hora de la mañana.



Aunque la noche anterior había sido cálida, estas primeras luces grises preludian día plomizo. Las ráfagas del viento ascienden en un in crescendo constante, cada vez más cortante. El paisaje se va afilando y los únicos colores que rompen con la paleta son las tiendas de los nómadas que resisten como una débil ramita que se dobla ante el empuje del aire sin llegar nunca a romperse del todo.
Las lluvias han regalado pastos que se eternizan este año para el ganado. Se nota en la tranquilidad con la que los animales miran al pasar. El equipo #57 pone a trabajar el winche de su Santana Aníbal PS para sacar del barro al 2500 del team #43. Entre el fes-fes se adivina la silueta de montañas moldeadas por el castigo por el sol y el aire un recuerdo constante de que el desierto es afiladamente cruel y bello a la vez.
 
Un pequeño col con escalones de piedra redondeada por los caprichos del aire incansable obliga a tirar de la palanca roja hacia atrás, copiloto pie a tierra y oído atento a golpes no deseados. El puerto cae como una catarata sobre un valle negro como la lava.

Las ruedas de los Land Rover se suben al asfalto por primera vez en el día en un tramo de enlace que exige tener la vista atenta y el pie listo para frenar en cualquier momento: trozos completos de carretera han desaparecido. Se los llevó el agua y al pasar por ello tragas saliva mirando hacia otro lado.



Tras pasar por Ouzina, los anchísimos ríos de arena hacen saltar por los aires todo el trabajo de navegación hasta el momento. Equipos buscan el camino y se cruzan en direcciones opuestas. Cuatro Defenders parlamentan en el interior del lecho pedregoso sobre la dirección a tomar. El Serie II 109 del team #88 patina sobre las piedras a velocidad de autopista. Las tres zonas de campamento donde los equipos deben pasar la noche en autonomía completa están cerca y el atardecer la montaña Tajin observa impasible como uno, tras otro, tras otro, todos se pierden. La noche se cierne a la hora prevista y, mientras que otros prenden ya hogueras para disfrutar de anécdotas e historias bajo las estrellas, otros todavía se afanan en ver a través de los difusos ases de luz de los faros de sus Land Rover. La noche de la Etapa Maratón cansa y sana a la vez, con los pies en la arena fresca y los miles de ruiditos de la noche silenciosa.

 
Pero se duerme poco. Hay que fichar pronto en el control horario de la segunda parte de la etapa y, los equipos aún no lo saben, pero la arena de ayer no es nada con lo que se van a encontrar. Cordones de dunas laberínticos en los que la conducción es rapidísima, hay que volantear rápido, los coches suben y bajan apareciendo y desapareciendo. Un largo río de arena ralentiza el paso de los Santana hasta las ancestrales piedras apiladas de la Ciudad Perdida. De aquí en adelante más arena, más dunas, más reductora. El Santana Serie III 88 del equipo #76 intenta remontar una cuesta blandísima pero no lo consigue. Coge carrerilla, acelera, humea negro y se ahoga casi en la cima. Así una y otra vez. Los integrantes del equipo #51, con un Series similar, animan y dan consejos. Finalmente, con alivio, logran continuar el camino juntos.

 
No muy lejos, el #43 entra de lleno en ese momento en el que el piloto no ve lo que hay tras la pared de arena y se clava con tanta dureza que dobla la dirección. (Camino hacia Tafraoute, la arena pasa de amarillo a ocre. A velocidad de vértigo los equipos atraviesan el ahora verde plateau previo a Marech donde cientos de siluetas de camellos pastan impasibles. El Ligero #62 se pierde. Los equipos levantan tanto polvo al pasar que el horizonte deja de verse. Se forma una tormenta de arena que borra las huellas de las trazadas previas. La locura se apodera del raid. Pura velocidad, pérdidas, arena, arena, arena, paisajes de ensueño. Cada fotograma en las retinas es un escalón en la escalera hacia el cielo con calima de esta etapa.

El mediodía sorprende a muchos equipos en las inmediaciones de Alnif. Un alto en el camino siempre es bienvenido en los lugares donde confluyen los que viajan por Marruecos. De aquí en adelante la carretera va regalando planos y más planos de paredes verticales de la Garganta del Todra. Esta zona, plagada de ksours de adobe naranja junto a vergeles verdes es la guinda a la etapa más dura y salvaje del Santana Trophy. Justo la etapa por la que todos estamos aquí. Un punto y seguido en este raid.

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There’s a fleeting moment — elusive, electric — that strikes like lightning somewhere along the path of the Marathon Stage. It doesn't come to everyone at once, but for those who’ve felt it, it shakes you, stuns you, and leaves no doubt: you're exactly where you’re meant to be. And there are 545 kilometers across two relentless days for it to find you.

Yesterday feels like a lifetime ago, when the already weary Land Rovers pulled out from the camp near Boubnib. That first gallop across a rocky plateau — tires spitting pebbles into the wind — posed no great challenge for navigation. The more powerful engines roared triumphantly in high gears, teams racing side by side like wild horsemen under the early morning haze.

Though the night had been warm, the pale first light ushered in a heavy, overcast day. The wind rose steadily, cutting sharper with every gust. The landscape sharpened in return, and the only break in the muted color palette came from the tents of nomads, bending like dry reeds under the gale, but never breaking.

Recent rains have blessed the land with grazing fields that seem to stretch forever. You can see it in the calm eyes of livestock as they watch the Land Rovers pass. Team #57 fires up the winch of their Santana Aníbal PS to pull the 2500 of team #43 from the clutches of a deep mud patch. Through the veil of fes-fes dust, silhouettes of wind-sculpted mountains emerge — constant reminders that the desert is both brutally unforgiving and heartbreakingly beautiful.

A small mountain pass, stair-stepped with wind-rounded stone, demands low gear and full attention. The co-driver steps out, ears tuned for unwanted clanks. The descent pours like a waterfall into a valley black as lava.

The tires taste tarmac for the first time that day on a liaison section riddled with danger — whole chunks of road have been stolen by flash floods. You swallow hard as you pass, eyes looking anywhere but down.

Beyond Ouzina, immense rivers of sand erase all prior navigation work. Teams search in opposite directions, crossing paths like lost ships. Four Defenders argue over the route from within a rocky riverbed. Team #88’s Series II 109 surfs the stones at highway speed. The first of three autonomous bivouac zones lies nearby, but as twilight falls, Mount Tajin watches silently as one by one, every team gets lost. Night descends on schedule, and while some gather around fires to share tales under the stars, others still wrestle with the dim beams of their Land Rovers, slicing through the darkness. The night of the Marathon Stage is both exhausting and healing — cool sand underfoot, a thousand desert sounds in the stillness.

But sleep is brief. Teams must check in early at the time control for Part Two — and they don’t yet know the sands from yesterday were nothing compared to what awaits. Maze-like dune belts demand lightning-fast reflexes. The vehicles crest and dive, appearing and vanishing in an endless ocean of sand. A long sandy wadi slows the Santanas to a crawl as they inch toward the ancient stone ruins of the Lost City.

From there: more dunes, more low gear, more battle. Team #76’s Series III 88 struggles to conquer a soft, treacherous slope. It charges, kicks up black smoke, and stalls just short of the crest — again and again. Team #51, driving a similar Series model, cheers them on and offers guidance. Together, at last, they make it over.

Not far away, car #43 slams blindly into a dune wall and bends its steering — one second of misjudgment in the golden chaos. Heading toward Tafraoute, the sand shifts hue from yellow to ochre. The pace turns frantic across a now-green plateau near Marech, where hundreds of camel silhouettes graze undisturbed. Lightweight #62 goes missing. The convoys raise such clouds of dust that the horizon vanishes. A sandstorm erases every trace, every track. Madness takes hold of the raid. Pure speed. Pure disorientation. Pure desert. Dreamlike scenery, frame by frame, becomes a stairway to a mirage-filled heaven.

By midday, many teams reach the outskirts of Alnif. A brief pause in a crossroads town — a place where travelers across Morocco inevitably meet. From there, the road gifts a procession of vertical cliffs along the Todra Gorge. This land, thick with ochre-colored ksours and lush green oases, is the perfect finale to the wildest, most demanding stage of the Santana Trophy.
This is the stage that brings us all here.

A full stop — and a deep breath — before the next page in this desert epic.