ETAPA #2: TENDRARA - BNI TADJITE - BOUBNIB

(English below)

Texto: Ayoze Álvarez
Traducción: Elvira Avilés
Fotografía: Jota Alemán

Fotos 2025

Al amanecer llega, por fin, la tregua del viento. Hace fresco, pero el cielo sin una nube preludia largas horas de sol. Como cada día, el Santana Aníbal de Alrosolar, uno de los patrocinadores del evento, está preparado cinco minutos antes de las 07:00 de la mañana para salir a verificar la pista.
 
Los participantes se congregan a las 08:00 para el briefing. Escuchan atentos y anotan junto a las viñetas del roadbook indicaciones extra que da la Dirección de Carrera. Hoy hay un tramo de enlace muy corto antes de adentrarse en 120 largos kilómetros de pista. Los primeros kilómetros de caminos anchos y aparentemente fáciles se revelan enseguida un laberinto indescifrable para los que se distraen por un momento en la navegación. Entre la vegetación forrajera y el ganado que pasta ajeno al desconcierto de los participantes, pistas estrechas que a veces son pura arena se cruzan con oueds secos que discurren paralelos y entremezclándose con caminos improvisados por el que discurren los pesados tractores de los agricultores locales. 



Una serie de puentes de piedra ayudan a los vehículos a solventar los lechos arenosos de los oueds. Sin embargo, la pesada losa de los mismos a veces se convierte en un escalón traicionero para el que va demasiado rápido. El Serie III del equipo #68, “The Land Brothers”, topetea contra uno y las viejas ballestas acusan el golpe. El Ligero naranja y el Serie III 88 del “Siroco Team” parecen flotar uno junto al otro, manteniendo el ritmo constante y afilado que también enseñaron ayer. Las pistas rápidas no los asustan.
 
Las primeras balizas amarillas van sucediéndose en el camino. La conversación rápida y nerviosa se repite entre los que llegan y los que marchan: “¿cuántas llevas tú?”, “¿Has encontrado más?”. A algunos se les demuda la cara cuando otro equipo les dice que ya han encontrado otra más atrás y ellos han pasado de largo sin verla. Tras encontrar una de ellas, los integrantes de La Naranja Mecánica discuten qué dirección tomar: al final acaban dividiéndose y cada uno toma un ritmo distinto. La experiencia les dice que ya se volverán a encontrar. Tan solo unos kilómetros más adelante, Roter Baron, el 109 de 1979 del equipo suizo formado por Cindy y Lara Geissmann, debate con otro Defender blanco sobre el mismo dilema. Han ido, se han perdido, han vuelto y por ahí no quieren volver a pasar. Reciben la misma repuesta del otro coche y se eterniza la toma de decisiones bajo el sol mientras debaten brújula en mano. No son ni las 11:00 de la mañana.



En esta nueva zona los oueds cortan con profundidad el camino y el enorme camioncito, el Santana 2000, baja y sube, rebota y emerge entre los matos verdes delatando su posición y el del pequeño convoy que lo escolta.
 
En el primer waypoint horario, el calor es ya un factor clave en el desarrollo de lo que queda de etapa. El sol cae pesado y la arena acumulada seca gargantas bajo la mirada erosionada de una cadena rocosa que corta el plateau en dos. Los equipos se achicharran y algunos matan el tiempo probando si las reductoras son capaces de hacer ascender sus vehículos hasta una colina cercana desde la que divisa todo el valle. La Comuna son los primeros en estar listos y partir. Enfilan sus Santanas por el pronunciado puerto de montaña abajo con curvas cerradas y el corte limpio del desfiladero al lado que provoca que bombines y zapatas chirríen de precaución. De nuevo larguísimas pistas rápidas, con camellos que pastan aquí y allá y contados árboles cuya sombra lleva décadas siendo el único cobijo de los que se aventuran por aquí. La arena, el fes-fes, se eleva en el aire dejando una estela impenetrable tras el paso de los Land Rover.

Antes de llegar a la carretera, la pista caracolea cubierta de pequeñas piedras sueltas y afiladas, tan afiladas como las lascas oscuras que sobresalen de la arena naranja en las montañas que nos rodean. El agua de los últimos meses provoca trampas para las que hay que estar atento, arrastres, derrumbes, enormes socavones. Aún quedan pequeños riachuelos que devuelven el reflejo de los árboles que verdean a su paso. El barro junto a él obliga a poner la reductora para pasar. La carretera camino a Boubnib nos regala la vista con el esplendor del palmeral y del enorme oued Guir. Las kasbahs medievales derruidas completan una estampa a la que los Santanas, los Aníbal y los Defender le dan la pincelada de colores chillones al pasar.
 
Se ha echado la tarde encima y los equipos llegan lentamente. La intensidad ha subido, el cansancio es más acusado y mañana viene el momento más duro del Santana Trophy. Junto al fuego en torno al que se articula el bivouac, las palabras Etapa Maratón avivan el anhelo de aventuras en los ojos de los participantes de esta edición.

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At the break of dawn, the wind finally grants a long-awaited truce. The air is crisp, and the cloudless sky promises endless hours of blazing sun. As every morning, Alrosolar’s Santana Aníbal — one of the event’s proud sponsors — stands ready five minutes before 7:00 a.m., poised to head out and scout the day's trail.

By 8:00 a.m., the participants gather for the daily briefing. They listen intently, scribbling extra notes in their roadbooks from the Race Director’s last-minute tips. Today’s adventure kicks off with a short liaison section before plunging into 120 wild kilometers of raw terrain.

The first wide tracks appear deceptively simple but quickly morph into an indecipherable maze for anyone who dares to lose focus. Amid forage fields and wandering livestock, narrow sand-filled paths crisscross dry riverbeds — oueds — merging with rough trails carved by the heavy tractors of local farmers. Stone bridges lend a hand across the oueds' sandy beds, but their solid slabs sometimes turn into treacherous steps for the unwary. Team #68, “The Land Brothers,” smack into one — their old leaf springs groaning under the impact. Meanwhile, the bright orange Lightweight and the Series III 88 of the "Siroco Team" glide effortlessly side by side, maintaining the sharp, relentless pace they had mastered the day before. High-speed tracks hold no fear for them.

The first yellow beacons start popping up along the way, setting off rapid, nervous exchanges: “How many have you found?” “Any others nearby?” Faces pale when a team hears they've missed one already claimed by others. After grabbing one beacon, La Naranja Mecánica debates which path to follow — eventually splitting up, trusting that fate and experience will reunite them later. A few kilometers further, Roter Baron — the mighty 1979 Series 109 of Swiss duo Cindy and Lara Geissmann — faces a similar crossroads, arguing with a fellow white Defender. They've ventured, gotten lost, doubled back, and now stubbornly refuse to tread the same way again. Compass in hand, the debate stretches under a merciless sun. It's still not even 11:00 a.m.

Deeper into the wilds, the oueds cut jagged scars into the land. The chunky Santana 2000 truck bounces, dives, and roars back to life through the dense bushes, its convoy trailing behind like a caravan of nomads.

By the first timed waypoint, the heat becomes a living, breathing thing — heavy and oppressive. Throats dry up under the fierce gaze of a sun-blasted rock ridge that slices the plateau in two. Teams bake in their vehicles, some killing time by challenging their machines to climb a nearby hill, the valley sprawling endlessly below. La Comuna are the first to ready themselves, launching their Santanas down a steep mountain pass with hairpin turns and sheer drops — the squeal of brakes echoing off canyon walls.

Once again, vast, fast tracks unfurl into the horizon. Camels graze lazily in the distance, solitary trees offer rare patches of shade, and sand — fine fes-fes dust — explodes into the air, shrouding the landscape behind the roaring Land Rovers.

Before reaching the paved road, the trail becomes a dance over loose, razor-sharp stones — black shards poking through the rust-colored sands of the surrounding mountains. Water from past rains has carved treacherous traps: deep ruts, landslides, massive sinkholes. Here and there, tiny streams still reflect the greenery of stubborn trees. Thick mud along their banks forces drivers to gear down into low range, fighting for every inch of ground.

The final stretch toward Boubnib rewards the weary travelers with the lush sight of an immense palm grove and the vast Oued Guir. Crumbling medieval kasbahs stand as sentinels of another era, while the colorful Santanas, Aníbals, and Defenders streak past like lively brushstrokes on a centuries-old canvas.
As evening falls, the teams trickle in, battered and exhausted. The intensity has ratcheted up, fatigue etched into every face — and tomorrow looms the toughest challenge yet of the Santana Trophy. Around the bivouac fire, the murmured words "Marathon Stage" fan the flames of adventure in the bright, determined eyes of this year’s explorers.